Llevándolo ante Anás – Pastor David Jang

El pasaje de Juan 18:12-22 nos muestra vívidamente la escena en la que Jesús es arrestado y atado para ser llevado primero ante el sumo sacerdote Anás. Este momento constituye un punto clave que prepara de manera decisiva la pasión y el evento de la cruz en todo el relato evangélico. De manera particular, el autor del Evangelio de Juan destaca la figura de Anás, relativamente mencionada de forma breve en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas), con el propósito de denunciar cómo actuaban la corrupción y las intrigas del poder religioso contra Jesús. En este contexto, se desenmascara el sistema heredado y corrompido del sumo sacerdocio, mostrándonos cómo Jesús fue difamado y sacrificado por quienes deseaban conservar sus privilegios a toda costa. Cada vez que leemos este pasaje, recordamos que tales prácticas no son meramente parte de la historia de aquella época, sino que pueden repetirse hoy tanto en el ámbito religioso como en el social. El Pastor David Jang, al interpretar este texto, presta especial atención al hecho de que “primero lo llevaron ante Anás” y profundiza en la injusticia y la paradoja que encierra dicho acto. A partir de la meditación de este pasaje, anhelamos redescubrir que Jesús, en cualquier situación, testificó siempre de la verdad del reino de Dios y finalmente abrió el camino de la redención.

Según el texto bíblico (Jn 18:12-14), la multitud que fue a arrestar a Jesús estaba compuesta por la guardia romana con su comandante y algunos alguaciles de los judíos. Después de detener a Jesús en el huerto de Getsemaní, procedieron de inmediato a atarlo y a llevarlo primero ante Anás. Anás era el suegro de Caifás, el sumo sacerdote en ejercicio, y era reconocido por su gran influencia, su riqueza y su poderoso trasfondo de poder. El versículo 13 del capítulo 18 de Juan menciona brevemente: “Era Anás suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año”. Sin embargo, en esta breve frase se esconde la realidad de cuán profundamente corrompido y enredado estaba el sistema religioso judío en torno a la familia de Anás. En teoría, de acuerdo con las disposiciones de Levítico, el cargo de sumo sacerdote debía ser vitalicio y, sobre todo, conservarse con santidad y pureza. Pero la realidad era otra. Anás ejerció oficialmente como sumo sacerdote desde el año 6 d.C. hasta el 15 d.C., y después de eso, cinco de sus hijos ocuparon sucesivamente el cargo, que también fue concedido a su yerno, Caifás. Aquello representaba una estructura de sucesión extremadamente corrupta del poder religioso, completamente alejada del proceso legítimo.

Teniendo este trasfondo corrupto, el autor del Evangelio de Juan enfatiza que, nada más ser arrestado, el Señor fue llevado “primero ante Anás” (Jn 18:13). Legalmente, la audiencia debía realizarse ante el sumo sacerdote en funciones, que era Caifás, y además la ley establecía que un juicio religioso formal debía celebrarse de día y necesariamente en el patio del Templo, donde se reunía el Sanedrín. El Sanedrín, como máximo órgano legislativo del judaísmo, contaba con procedimientos sumamente estrictos: se requería el testimonio de al menos dos testigos, y toda evidencia falsa o fraudulenta quedaba automáticamente descalificada. Además, las autoridades judías no tenían la facultad de ejecutar sentencias de muerte; tal facultad residía exclusivamente en Roma, por lo que un juicio oficial ante el gobernador romano era imprescindible para imponer la crucifixión. No obstante, quienes afirmaban observar estrictamente la Ley eran los mismos que, con el fin de salvaguardar sus propios intereses, detuvieron a Jesús de noche y, de modo encubierto, lo llevaron primero ante Anás. Esto constituía una clara violación de la Ley, un procedimiento judicial totalmente ilegítimo.

¿Por qué llevarlo precisamente ante Anás? ¿Fue solo por ser el suegro de Caifás, o porque era en realidad la figura “de facto” que ejercía un poder determinante y conspiraba tras bastidores? Muchos estudiosos, pastores y, asimismo, el Pastor David Jang, no ven a Anás simplemente como un “ex sumo sacerdote,” sino como el personaje clave con una influencia decisiva en el arresto y posterior ejecución de Jesús. Anás ya había hecho tratos con Roma, había “comprado y vendido” el sumo sacerdocio, acumulando inmensas riquezas, y monopolizaba las ganancias de la venta de animales para los sacrificios en el Templo (“los vendedores del Templo”). En consecuencia, el Templo se convirtió en una “cueva de ladrones” y en un lugar donde se concretaban los deseos de lucro de los mercaderes (Jn 2:13-16; Mt 21:13). Jesús, al comienzo y al final de su ministerio público, purificó el Templo, enfrentándose directamente a esta estructura corrupta.

En aquella época, supuestamente había que elegir animales sin defecto para el sacrificio. Sin embargo, los animales vendidos “dentro del Templo” pasaban automáticamente la inspección de los supervisores asociados al sumo sacerdote, mientras que los animales traídos “desde fuera,” aun siendo perfectos, casi siempre eran rechazados por supuestos defectos. Por ello, los peregrinos y los fieles se veían obligados a comprar en el Templo a precios abusivos, incluso las ofrendas de palomas destinadas a los pobres se encarecían enormemente. Las enormes fortunas obtenidas de este comercio iban a parar al clan de Anás y a los líderes saduceos aliados con él. Además, estaban estrechamente vinculados con las autoridades romanas, lo cual les garantizaba mantener su posición privilegiada.

Que el sumo sacerdote corrupto Anás “primero” interrogara a Jesús no fue una casualidad ni un simple “paso previo”, sino la demostración inicial de la conspiración para “dar muerte a Jesús.” A partir de Juan 18:19, Anás interroga a Jesús sobre “sus discípulos y su enseñanza.” Estas preguntas eran muy calculadas: cuántos seguidores tenía, si estaba propagando de manera encubierta una enseñanza revolucionaria contraria a la tradición judía, etc. El Evangelio de Juan transmite la respuesta de Jesús: “Yo siempre he hablado abiertamente… y nada he dicho en secreto” (Jn 18:20). En realidad, Jesús enseñaba continuamente en lugares públicos, sinagogas y en el Templo, y proclamaba valientemente el reino de Dios ante las multitudes. Incluso la purificación del Templo fue un acto público, de modo que la intención de Anás de presentar a Jesús como líder de una conspiración clandestina carecía de fundamento.

Cuando Anás lo interroga directamente, Jesús responde: “¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho” (Jn 18:21). Esta respuesta cumple con la costumbre judicial judía y es absolutamente legítima: para acusar formalmente a alguien, se requería el testimonio de dos o más testigos. Si Jesús hubiera proclamado enseñanzas peligrosas y malignas, las “víctimas” o testigos deberían haber intervenido para declararlo. Pero en vez de ello, Anás parecía querer forzar una autoinculpación de Jesús. Este pasaje deja en claro la injusticia del juicio. Aun habiendo contestado Jesús de manera sensata y justa, uno de los alguaciles que estaba cerca le dio una bofetada y le dijo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?” (Jn 18:22). Este incidente desvela que no se trataba de un juicio honesto, sino de un acto violento e ilegítimo.

Al reflexionar profundamente en este pasaje, vemos que el Señor, aun enfrentando la violencia injusta, continuó su camino con paciencia. Él, que no tenía pecado, fue tratado como un delincuente, atado y obligado a comparecer en una audiencia ilegal nocturna. Pero Jesús nunca dejó de afirmar la verdad. Anás buscaba presentarlo como alguien que desafiaba la autoridad de Dios, pero en realidad, quien cometía sacrilegio y deshonraba el nombre de Dios era el propio Anás. El poder religioso corrompido estaba dispuesto a recurrir a la mentira y a la violencia para proteger sus intereses. El resultado fue convertir el Templo en un lugar repleto de comerciantes codiciosos y el cargo de sumo sacerdote en un puesto hereditario comprado con dinero.

En la meditación de este texto, el Pastor David Jang hace hincapié en que la pasión de Jesús no fue un mero sufrimiento individual, sino que implicó la confrontación con una enorme estructura de corrupción política y religiosa de su tiempo. Se repasa cómo el sumo sacerdocio de entonces fue monopolizado por personajes colaboracionistas con Roma mediante sobornos y acuerdos ocultos; en otras palabras, el culto a Dios se había pervertido y se había convertido en un medio para conservar el poder. Asimismo, el Pastor David Jang señala las aplicaciones para nuestro presente. Incluso hoy, si la Iglesia o cualquier comunidad de fe no se examinan continuamente, corren el riesgo de “convertirse en Anás,” es decir, caer en el mismo patrón de manipular el nombre de Dios mientras codician riqueza y poder. Si recordamos la indignación y las palabras de Jesús al limpiar el Templo, nos quedará aún más claro cómo la Iglesia debe presentarse ante el mundo.

Otro aspecto destacado en este pasaje es la historia de Pedro y “otro discípulo” (Jn 18:15-18). El Evangelio de Juan relata que, cuando los demás discípulos huyeron, Pedro y ese otro discípulo siguieron a Jesús hasta el patio de la casa del sumo sacerdote. El “otro discípulo,” conocido del sumo sacerdote, hizo que Pedro pudiera entrar. Tradicionalmente se ha identificado a este “otro discípulo” con el apóstol Juan, aunque algunas interpretaciones sugieren que podría haber sido Judas, suponiendo que por estar en connivencia con el sumo sacerdote facilitó la entrada de Pedro. Sin embargo, lo más aceptado es que se tratase de Juan, quien tenía alguna relación con la familia sacerdotal. Lo relevante es que Pedro siguió a Jesús hasta el final. Aun con sus errores y debilidades, amaba al Maestro y no deseaba traicionarlo. Estaba tan entregado que, en un momento, había sacado una espada para defender a Jesús (Jn 18:10).

No obstante, una vez dentro del patio de la casa del sumo sacerdote, mientras se calentaba junto al fuego, Pedro terminaría negando a Jesús tres veces (Jn 18:17-18; 25-27), tal como el Señor había predicho (Jn 13:38). Quizá en ese instante la función de Pedro habría sido testificar de Jesús en aquel juicio injusto. Anás y sus seguidores distorsionaban las enseñanzas de Jesús y retrataban a la comunidad de discípulos como un grupo conspirador contrario al orden establecido. Si Pedro hubiera alzado la voz, podría haber dicho: “Lo que el Maestro ha enseñado es el evangelio del reino de Dios; jamás intentó destruir la Ley de los judíos. Nunca dijo que quería derribar el Templo, sino más bien llamó a la restauración del culto verdadero.” Pero la amenaza a la vida era muy real, por lo que Pedro, asustado, no pudo evitar negar a Jesús. Esta escena expone la debilidad humana en su forma más extrema, a la vez que, al contrastarla con la inmensa compasión del Señor, resalta la amplitud de su perdón. Más adelante, el Jesús resucitado lo encontrará junto al mar de Tiberíades (Jn 21), y allí le preguntará tres veces: “¿Me amas?” para restaurarlo.

La escena del interrogatorio de Jesús prosigue con la comparecencia ante Pilato (Jn 18:28 y ss.), donde finalmente se dicta la condena de la crucifixión. A través de todo este proceso, el Evangelio de Juan recalca que Jesús no fue un simple “víctima trágica” atrapada en un choque de poderes, sino “Aquel que vino para dar testimonio de la verdad” (Jn 18:37). Como Dios todopoderoso, Jesús hubiera podido protegerse a sí mismo, pero eligió sobrellevar la humillación y el sufrimiento para expiar el pecado de la humanidad. En medio de la oscura connivencia entre el poder político y el religioso, Jesús avanzó en silencio para cumplir la voluntad del Padre, el camino de la cruz.

El Pastor David Jang, al explicar este episodio, ve un paralelismo muy cercano con la situación que enfrenta la Iglesia hoy. En aquella época, la gente decía “cumplir la Ley” y “exaltar el nombre de Dios,” pero, en realidad, llevaron a cabo un juicio oculto de noche y apresaron al inocente Jesús. Se presentaban a sí mismos como la élite sagrada, pero emplearon la fuerza, la intriga y un arresto injusto para deshacerse de Jesús. No hicieron el juicio a la luz del día, sino en la casa del sumo sacerdote, amparados en las sombras, reflejando la hipocresía y el fanatismo. Dentro de la historia de la Iglesia, también encontramos casos de corrupción en los que el poder político y el poder religioso han conspirado para ejercer violencia, como la Inquisición en la Edad Media o ciertos periodos en los que la jerarquía eclesiástica se alió con los reyes para obtener privilegios, replicando así los errores y la depravación de los líderes religiosos judíos.

Ante ello, cabe preguntarnos: ¿cómo podemos impedir esta corrupción y rescatar el espíritu de la verdadera adoración que Jesús mostró? El Pastor David Jang destaca varios principios. En primer lugar, la Iglesia debe girar siempre en torno a Jesús, escuchando su Palabra en comunidad. Aunque se invoque la Ley o la “tradición de la Iglesia,” si se ha perdido la enseñanza y el amor de Cristo, el riesgo de desembocar en injusticias y corrupción es muy alto. Jesús proclamaba sin cesar la verdad, y prohibió convertir la casa de Dios en “un mercado” (Jn 2:16). La Iglesia tampoco debería ser un centro de lucro o de autoridad mundana, sino un lugar de adoración, oración y comunión fraterna.

En segundo lugar, el Templo o la Iglesia no deben basarse en la autoridad de un gran edificio o de una institución en sí misma. Jesús dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn 2:19), refiriéndose al templo de su cuerpo (Jn 2:21). Si la estructura o la organización están corrompidas, hay que “derribarlas” y reconstruir una comunidad centrada en la verdadera adoración y la Palabra. Los sumos sacerdotes corruptos, aliados con Anás, vieron a Jesús como una amenaza a su poder, porque decía “destruir el Templo viejo” con su evangelio, y por ello buscaron eliminarlo. Sin embargo, la comunidad cristiana debe discernir continuamente su propia corrupción y, si es necesario, llevar a cabo una renovación para vivir la verdadera adoración. Si la Iglesia busca mantener un sistema de privilegios y se distancia de la verdad de Jesús, estará siguiendo el mismo camino de Anás.

En tercer lugar, debemos recordar la debilidad de los discípulos y su proceso de restauración. Pedro, aun siendo el principal discípulo, negó a Jesús de la manera más humillante. Sin embargo, el Señor lo buscó de nuevo y lo rehabilitó como apóstol. En la Iglesia actual, hay quienes se enorgullecen de su trayectoria o liderazgo, y otros que se consumen en la culpa y el fracaso. Pero Jesús, a pesar de nuestras debilidades, siempre está dispuesto a restaurarnos. Lo importante es volver a Él. Como hizo Pedro, debemos llorar con arrepentimiento y abrir de nuevo el corazón al Señor. Entonces nuestras caídas y vergüenzas se convierten en instrumentos de la gracia de Dios. El Pastor David Jang explica que “en la senda de la cruz se revela la debilidad humana, pero gracias a la sangre de Cristo se instaura algo totalmente nuevo; ese es el poder del Evangelio.”

Cuarto, debemos tener presente que el abuso del poder eclesiástico se ejecuta casi siempre de manera oculta. Anás aparentaba cumplir la ley formalmente, pero, en la práctica, pretendía forzar confesiones mediante testimonios falseados y violencia. Esta clase de injusticia suele ampararse en lemas como el “bien común” o la “pureza de la religión.” Así ocurrió con los juicios del Sanedrín en la antigua Israel, la Inquisición en la Edad Media o las componendas entre poder político y poder eclesiástico en la historia reciente. De ahí la importancia de que estemos alerta ante los procesos de decisión de aquellos que ostentan liderazgo o poder, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Con demasiada frecuencia, quienes tienen poder, para salvaguardar su situación, urden complots en secreto y justifican su violencia con propósitos aparentemente nobles.

Quinto, Jesús, ante la violencia y la injusticia, no respondió con mentiras ni devolvió la violencia. Incluso en el huerto de Getsemaní, cuando Pedro sacó su espada, Jesús le ordenó: “Vuelve tu espada a la vaina” (Jn 18:11). Y en la escena donde recibe la bofetada del alguacil, el Señor no calló frente a la injusticia (Jn 18:23), pero tampoco usó la fuerza en represalia. Más bien dijo: “Si he hablado mal, demuéstrame en qué está el mal” (Jn 18:23), manifestando que la luz de la verdad es la que desenmascara la oscuridad. Finalmente, en la cruz, Jesús proclamó: “Consumado es” (Jn 19:30), decretando la derrota definitiva del mal. Este modo de actuar de Jesús rompe el ciclo de la violencia y revela el método de Dios para redimir al mundo mediante la verdad y el amor. El Pastor David Jang subraya: “Jesús venció de una manera radicalmente distinta a la lógica del mundo: ese es el camino de la cruz, y también el llamado a la santa obediencia que se nos hace a nosotros.”

Así, Juan 18:12-22, particularmente la expresión “primero lo llevaron ante Anás,” nos recuerda que la pasión de Jesús no fue tan solo fruto de la envidia o el malentendido de unos líderes judíos, sino la consecuencia inevitable de un sistema religioso profundamente corrupto. También nos muestra cómo Jesús, siendo inocente, fue llevado a sufrir humillación y oprobio hacia la cruz. En el patio de la casa de Anás, vemos la actitud de Jesús, cómo enfrenta el juicio ilegal y la violencia, el titubeo y la debilidad de los discípulos, y, al final, el rumbo que lo lleva a la salvación de la humanidad. Este pasaje tiene un gran mensaje para nosotros hoy.

En su aplicación, el Pastor David Jang nos invita a reflexionar sobre la manera en que la Iglesia y los cristianos deben vivir en el mundo. Por un lado, debemos examinar a diario si existe dentro de nosotros la misma corrupción religiosa y social que motivó a Anás y sus aliados. Se requiere vigilancia para que la codicia por las riquezas o el afán de poder no conviertan el Templo en una “cueva de mercaderes.” Por otro lado, debemos aprender de la fuerza del amor y de la verdad que demostró Jesús. Frente a ataques y acusaciones injustas, aunque podemos desenmascarar la mentira, al final no respondemos con violencia, sino con la entrega de nuestra vida, como hizo Jesús para salvar a los pecadores.

En especial, las palabras de Jesús cuando afirma “nada he dicho en secreto” (Jn 18:20) enseñan que la labor y la vida de la Iglesia deben ser transparentes y públicas. El Evangelio de Cristo es luz, no una ideología secreta y peligrosa que se propague en la oscuridad. Por ello, la Iglesia ha de proclamar el Evangelio abiertamente. Sus actividades, como la predicación, el servicio, la misión, todo, debe hacerse sin móviles ocultos ni conspiraciones. Incluso en la toma de decisiones internas, la Iglesia ha de obrar de manera abierta y justa. Lo que hizo Anás — urdir un plan a escondidas, reunir un tribunal de noche e inculpar a Jesús sin testigos adecuados — es un proceder de tinieblas que no debe repetirse jamás en la Iglesia.

Además, la negación de Pedro nos enseña a no hundirnos en la desesperación, pues siempre podemos levantarnos con esperanza. Pedro se jactó de que “aunque tuviera que morir, no negaría al Señor” (Mt 26:35), pero cuando llegó el peligro, lo negó tres veces, incluso maldiciendo (Mc 14:71). Fue una caída desastrosa, pero el Señor no lo abandonó. Después de la resurrección, Jesús mandó que los discípulos se reunieran en Galilea (Mt 28:10; Jn 21) y, al encontrar a Pedro, le preguntó tres veces: “¿Me amas?” para restaurarlo. Esta es la historia de cómo se reconcilió y renació como apóstol aquel que tanto había fracasado. El Pastor David Jang declara que en el lugar donde Pedro negó al Señor, resurgió la Iglesia de Cristo, y la restauración de Pedro es la promesa de salvación para todos aquellos que han caído. Así se manifiesta el misterio del Evangelio: la misericordia de Dios alcanza nuestro abismo de vergüenza.

Cabe también conectar esto con lo que leemos en Juan 2, cuando Jesús limpió el Templo y los judíos le preguntaron: “¿Qué señal nos muestras para hacer esto?” (Jn 2:18). Jesús respondió: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn 2:19). El evangelista Juan aclara que hablaba del templo de su cuerpo (Jn 2:21). Sin embargo, esta “purificación del Templo” suscitó la ira de las autoridades religiosas, que desde entonces planearon eliminar a Jesús. En el fondo, la conspiración encabezada por Anás responde al temor de que el evangelio de Jesús “derribara el viejo Templo” y, con ello, su sistema de privilegios. Así, el Evangelio de Cristo viene a demoler lo caduco y pecaminoso, para dar paso a la nueva creación y a la salvación. Ese mensaje puede resultar incómodo y amenazante para quienes ostentan poder. Pero Jesús no retrocedió, y en la cruz estableció el nuevo “Templo de la redención.” La Iglesia no debe olvidar esta verdad; siempre ha de mirar hacia “cielos nuevos y tierra nueva,” sin pactar con la injusticia, viviendo en fidelidad al Evangelio.

Entre las enseñanzas clave que podemos extraer de este texto está el hecho de que ninguna conspiración humana, por muy vil e injusta que sea, puede frustrar el plan salvador de Dios. Anás, Caifás y los líderes religiosos, recurriendo a toda clase de maquinaciones y falsos testigos, condujeron a Jesús a la cruz; sin embargo, la voluntad de Dios se cumplió precisamente a través de esa cruz. Fue allí donde los pecadores pudimos recibir el perdón y la vida eterna. Tal realidad es el fundamento de nuestra esperanza, incluso cuando la Iglesia sufre o es víctima de maledicencias en el mundo. Tras la cruz vino la resurrección, por la cual la victoria de Dios se proclamó al universo. Aunque hoy experimentemos circunstancias en las que “primero nos llevan ante Anás,” si permanecemos en Cristo, podemos confiar en la soberanía de Dios y perseverar en la fe.

Por consiguiente, Juan 18:12-22 expone de manera potente el enfrentamiento entre el poder religioso corrompido y Jesús, la Verdad personificada. Nos insta a “rechazar la injusticia y la falsedad, y seguir valientemente el camino de Jesús.” El Pastor David Jang ha aplicado este pasaje a la Iglesia contemporánea, insistiendo repetidamente en la necesidad de velar para no convertirnos en “mercaderes dentro del Templo.” Cuando la Iglesia se enreda en luchas de poder o en la ambición material, repite la misma ofensa que se cometió contra Jesús al ser abofeteado en el patio de Anás. Los líderes eclesiales han de cuidarse de no instrumentalizar al Señor para aumentar su propia autoridad o para obtener beneficios mientras aparentan santidad. A la vez, la historia de Pedro enseña que, aunque alguien haya fracasado, si se arrepiente sinceramente y regresa al Señor, puede ser restaurado como lo fue el apóstol.

“Primero lo llevaron ante Anás” (Jn 18:13) nos muestra, en definitiva, que la senda de la cruz consiste en no doblegarse ante la injusticia, la violencia y la corrupción del mundo, y en mantenernos firmes en la verdad y la obediencia a Dios. Jesús caminó solo por ese sendero y nos ha invitado a tomar también nuestra propia cruz para seguirlo. Es cierto que, en términos humanos, no siempre es fácil para la Iglesia enfrentarse al poder secular y asumir las consecuencias de defender la verdad. Pero si nos mantenemos en la senda por la que ya pasó el Señor, recordando que Dios cumple sus designios incluso en medio de circunstancias contradictorias, experimentaremos la verdadera libertad y el poder salvador de Cristo.

Este mensaje sigue vigente para los creyentes de todas las épocas. Cuando la injusticia se viste con disfraces religiosos, debemos interrogarnos con seriedad: “¿Acaso esto refleja el deseo de Jesús?” Aunque veamos a la Iglesia aliándose con el poder secular y disfrutando de riqueza y autoridad, olvidando por completo la enseñanza de Jesús, no hemos de resignarnos. Cristo ya proclamó la victoria en el patio de Anás, ante el tribunal de Pilato y en la mismísima cruz. Por lo tanto, la Iglesia, en cualquier circunstancia, debe retener el Evangelio de Jesús y dar testimonio de la verdad. Aun si la violencia prevalece en algún escenario, debemos exponer la maldad a la luz, oponernos a lo oculto e ilegal, y responder con el perdón y el sacrificio, a ejemplo de Jesús.

Siguiendo esta reflexión, el Pastor David Jang anima a la Iglesia y a los creyentes a “entrar” simbólicamente en la escena de Juan 18 y preguntarse: ¿qué postura asumes ante el Jesús arrestado? ¿Te ubicas al lado de Pedro, lleno de temor y tentado a negar a tu Maestro? ¿Te conviertes en un simple espectador ante la corrupción de la casta sacerdotal? ¿O te alineas conscientemente con quienes mienten y juzgan falsamente a Jesús? Si optas por el engaño y la traición, no es ahí donde debería estar la Iglesia de Cristo. Por otra parte, aunque a veces pequemos, si regresamos a Jesús con arrepentimiento, Él está dispuesto a perdonarnos y usarnos para su obra, tal como sucedió con Pedro. Pero si perseveramos en la hipocresía, la injusticia y la violencia, no escaparemos al justo juicio de Dios.

La frase “primero lo llevaron ante Anás” que emplea Juan, muestra la intención deliberada de su autor de recalcar la gran responsabilidad y la influencia negativa de Anás a lo largo del arresto e interrogatorio de Jesús. El sumo sacerdote oficial era Caifás, pero Anás, desde la sombra, lo controlaba todo. Por ello mandó que trajeran primero a Jesús ante él. Así, el clan del sumo sacerdote y la casta hereditaria del Templo se saltaron la ley para salvaguardar sus intereses y ejercieron su violencia brutal. Jesús, al comparecer, dejó al descubierto la “ilegalidad” religiosa, judicial y política, y no guardó silencio pasivo. Sin embargo, aceptó la cruz que debía llevar para nuestra salvación. Aquí contemplamos la humildad y la obediencia de Jesús, y su amor dispuesto a darlo todo, lo que nos conmueve profundamente.

Cuando el Pastor David Jang enseña Juan 18, subraya el “cúmulo de clericalismo” que encarna Anás frente a la “vaciedad de sí mismo” que caracteriza a Jesús. El sumo sacerdote Anás aprovechó el dinero y el poder para adueñarse del Templo y usar el nombre de Dios en beneficio propio. En cambio, Jesús, siendo Dios, se despojó de todo y vivió como siervo, lavó los pies de sus discípulos y, finalmente, fue crucificado por pecadores. A través de este contraste, el Evangelio nos recuerda el verdadero carácter del reino de Dios: no se edifica sobre la ambición ni la riqueza, sino sobre la humildad, el servicio y el sacrificio. Si la Iglesia olvida esto, repetirá la podredumbre de Anás y será objeto de burla e incredulidad ante el mundo.

Juan 18:12-22, por tanto, sirve de preludio a la pasión de Jesús y al mismo tiempo desenmascara la profunda corrupción del poder religioso. Mientras vemos a Jesús ser atado y ultrajado, observamos también su extraordinaria sabiduría y su empeño por la verdad. Fue sometido a un juicio espurio y aun así se mantuvo fiel a la voluntad del Padre. Con su muerte en la cruz, abrió el camino de la salvación a toda la humanidad, probando que “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1:5).

El Pastor David Jang concluye que todos los creyentes están llamados a participar en el camino de la cruz de Jesús. La pregunta “¿seguiremos la senda de Anás o la de Jesús?” no se limitó a la gente de hace dos mil años. Es necesario planteárselo en la vida de la Iglesia y en la práctica de la fe actual. Podemos tener “resabios de Anás” en nuestra estructura eclesial o en nuestra propia espiritualidad. Pero Jesús, aunque advierte sobre este mal, también revela su voluntad de perdonar a los que se arrepienten. El pasaje deja en claro el contraste entre el poder religioso corrompido y el Jesús inocente, y a la vez retrata la vacilación y la debilidad de los discípulos, entrecruzando todo ello en la trama de la redención que se completará en la cruz. Nos desafía a tomar decisiones. ¿Caminaremos con Jesús en su pasión, o permaneceremos en silencio e incluso participaremos en la mentira que lo traiciona? Esa pregunta sigue vigente hoy.

Podemos sintetizar el mensaje esencial de Juan 18:12-22 del siguiente modo: (1) Jesús sufrió dentro de una estructura religiosa totalmente corrompida, chocando de frente con la élite saducea liderada por Anás; (2) dichos líderes, que presumían de observar la Ley, violaron la misma Ley al juzgarlo de noche, emplear la violencia y omitir testigos; (3) Jesús nunca perdió la verdad ni usó la violencia, sino que se sometió al plan de salvación divino que culminaba en la cruz; (4) los discípulos huyeron o negaron a Jesús (como Pedro), pero el Señor no los abandonó, sino que los restauró; (5) la Iglesia actual debe analizar este texto para examinarse y prevenir la corrupción “a lo Anás,” recordando siempre el Evangelio; (6) quienes siguen a Jesús en la defensa de la verdad, hallarán la gloria de la resurrección tras la cruz.

Esta verdad trasciende el tiempo. Siempre que exista la Iglesia, la frase “primero lo llevaron ante Anás” nos interpelará con fuerza, porque la misma injusticia e hipocresía de aquel juicio nocturno pueden repetirse en nuestro presente. Pero Jesús ya ha triunfado en la cruz y en la resurrección, y nos ha dado el Espíritu Santo para que conozcamos la verdad y anunciemos el Evangelio con valentía. Esa es la esperanza y la misión que Cristo entregó a la Iglesia. Tal como insiste el Pastor David Jang, la Iglesia debe renunciar a la política clericalista y mantenerse firme en el “Evangelio del reino de Dios,” dispuesta a entregarse si es necesario. Solo así la vida y el amor de Jesús se extenderán al mundo, y la gente podrá contemplar, a través de la Iglesia, el verdadero significado del Templo.

Jesús, llevado ante Anás, en medio de la corrupción religiosa más profunda, anunció el advenimiento de un “Templo nuevo” y ofreció su propia vida en la cruz para salvar a los pecadores. Este es el núcleo del Evangelio. La cruz revela todo el pecado y la corrupción del ser humano, al mismo tiempo que consuma el amor y la salvación de Dios. Por ello, al meditar en Juan 18:12-22, debemos contemplar a Jesús recorriendo el camino de la cruz, y cuestionarnos si de algún modo estamos del lado de Anás. Asimismo, como Pedro, a pesar de nuestra debilidad, podemos volvernos al Señor, confesando nuestro amor y encaminándonos como testigos del Evangelio. Y todavía en nuestros días, no hemos de someternos ni aliarnos con los poderes religiosos corruptos, sino apuntar a la “nueva creación” y el “nuevo Templo” que Jesús proclamó. La Iglesia, en su vocación de pueblo de Dios, ha de reformarse y purificarse constantemente, bajo la luz de las enseñanzas de Jesús.

Así pues, ojalá que todos los creyentes que mediten en este pasaje lleguen a experimentar la magnitud de la obra de la cruz y la resurrección de Cristo. Ni siquiera la conspiración más vil e injusta logró detener el plan redentor de Dios. El juicio ilegítimo, la violencia y la traición no pudieron hacer tambalear la Verdad. Por ello, la Iglesia, a pesar de la oscuridad que la rodee, debe seguir firme en las pisadas de Jesús y al final vencer con la luz. Este es el mensaje serio y, a la vez, extraordinario que nos transmite Juan 18:12-22, y que el Pastor David Jang ha reiterado como enseñanza fundamental.

www.davidjang.org

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